No tengo muy claro cuándo fue mi primer acercamiento con Sherlock Holmes. Es muy probable que fuera en la infancia a través del cine y la televisión, que me lo presentaron como un detective inglés que vivió en un Londres de otro siglo, que era alto y delgado, todo lo contrario a su compañero, de nombre Watson, que era robusto y achaparrado; que vestía un abrigo a cuadros con una curiosa gorra con visera atrás y adelante, que fumaba pipa y no paraba de decir: «Elemental, mi querido Watson».
Hace no mucho, en el 2013, entré en contacto con varios escritores españoles, entre ellos, y por un curioso error de identidad[1], con Alberto López Aroca, quien recién estrenaba una novela titulada Charlie Marlow y la Rata Gigante de Sumatra, que versa sobre un capítulo obscuro de la vida de Holmes, la cual terminé por adquirir.
Aquel libro, que hoy es uno de mis favoritos, fue mi primer acercamiento al universo literario de Sherlock Holmes y a la mitología creativa, dos de los principales fundamentos de mi propia creación literaria. López Aroca no es sólo un gran escritor, también es uno de los más grandes expertos de Holmes que conozco, cuyo cariño y entusiasmo por el personaje es en extremo contagioso. A la ya mencionada Charlie Marlow se unieron pronto sus tres cuadernos Sherlockianos, cada uno más interesante que el anterior, los cuales terminaron de envolverme en el mundo de Holmes y compañía.
Comencé a buscar en librerías material canónico y adquirí un tomo de editorial Alianza con, así lo dice la portada, algunas de las mejores historias del detective.
Hay en verdad algo muy satisfactorio en el hecho de encarnar a un cronista de Holmes y retratar a través de él uno de los casos del detective
Entonces, en 2014, ocurrió otro hecho fortuito que estrechó todavía más mi relación con el detective de Baker Street. Para conmemorar los cien años del inicio de la Primera Guerra Mundial, NeoNauta Ediciones, joven editorial hoy ya desaparecida, lanzó una convocatoria de relatos ambientados en ese conflicto para formar una antología. Aquello me resultó por demás atrayente y sin más decidí intentar una historia. Sin embargo, ¿podría realizar una que en verdad valiera la pena?
El primer paso era empaparme del tema, por lo que di lectura a cuanto libro sobre el tema cayó entre mis manos. El segundo era partir de esos hechos y nombres para contar una historia que fuera disfrutable. No sé cuántas ideas a medio cocinar cruzaron por mi mente, hasta que una en particular se sobrepuso a todas las demás. Gracias al ya mencionado tomo de Alianza, sabía que un veterano Holmes tuvo una pequeña participación en los acontecimientos previos a la Gran Guerra, por lo que me pregunté: ¿y si ese involucramiento se hubiera extendido hasta ya bien entrado el conflicto?
Y me avoqué a ello.
Con todo y el entusiasmo que sentía por contar esa historia, tenía muy claro que escribir un pastiche holmesiano, con pretensiones de ser a un tiempo original y apegado al canon, era una labor titánica que me superaba. Y no por poco.
Por lo que no tuve más alternativa que recurrir a la fuente, los 56 relatos y cuatro novelas escritas por Conan Doyle, y tomar una ingente cantidad de notas de cuanto leía.
Unas pocas semanas después de haber enviado el relato, uno de los editores de NeoNauta se puso en contacto conmigo para comentarme que mi cuento había sido seleccionado para forma parte de su antología. De hecho, había gustado tanto, que me ofreció la posibilidad de publicarlo como una obra solitaria en su colección de bolsilibros, ello con la condición de que, contrarreloj, fuera capaz de convertirlo en una novela corta de 25 mil palabras.
Aquel nuevo reto, que acepté sin pensarlo siquiera, tenía dos grandes obstáculos: lo que quería contar de esa historia ya lo había hecho en el relato original. El tiempo para extender la historia era, en la mejor tradición de los viejos escritores de bolsilibros, por demás escaso.
Tras muchas pesadas horas frente al teclado, varias escenas eliminadas y grandes dosis de frustración, Su última carcajada se convirtió en mi primer pastiche concretado, un pequeño libro que a lo largo de los años me ha dado grandes satisfacciones y que supo hacerse un lugar entre el público lector, que en la mayoría de los casos, aun con sus fallas, lo ha disfrutado.
Tal como afirmara Borges en su momento: «Pensar de tarde en tarde en Sherlock Holmes es una de las buenas costumbres que nos quedan». Una costumbre que trato de cultivar de cuando en cuando releyendo el canon, los pastiches de otros autores y escribiendo mis propias historias.
(...)tenía muy claro que escribir un pastiche holmesiano, con pretensiones de ser a un tiempo original y apegado al canon, era una labor titánica que me superaba.
Con el correr de los años he tenido oportunidad de publicar otras historias sherlockianas: La verdad tras la desaparición de Alice L y La aventura del barril de aceitunas, ambas publicadas en la colección de penny dreadfuls, o historias cortas de intensa ficción, de editorial Pulpture; ¡Pero si yo lo he matado!, microrrelato incluido en la antología Hacerle el cuento, de Amarillo Editores, El extraño caso de Ricoletti y su abominable esposa, publicado en abril de 2017 bajo el sello de Edge, y Ocaso escarlata, de nueva cuenta publicado por Pulpture, donde Holmes tiene un par de apariciones.
Hay en verdad algo muy satisfactorio en el hecho de encarnar a un cronista de Holmes y retratar a través de él uno de los casos del detective, quien siempre se encuentra dispuesto a abrirnos las puertas de sus habitaciones en Baker Street y seguirnos, a veces me pregunto si esto no resulta al revés, a una nueva aventura que poco importa si se publica o termina, junto con muchos otros folios, al interior de una intemporal caja de hojalata en la bóveda del banco Cox & Co.
[1] Creo que esa confusión es lo bastante curiosa y merece la pena ser relatada. En uno de mis vagabundeos por la Red buscando obras lovecraftianas, di con un relato llamado Estudio en Esmeralda, cuya lectura disfruté enormemente. Por motivos que desconozco, en el archivo electrónico no se mencionaba el nombre del autor del relato, por lo que me di a la tarea de investigarlo, dando así con el nombre de Alberto López Aroca, quien para entonces se encontraba ultimando los detalles de otra obra: Necronomicón Z, cuyo sugerente título me terminó de convencer que él era la persona que buscaba. Sólo que no lo era.
Como muchos de seguro ya lo saben, Estudio en Esmeralda es el título de un relato del escritor inglés Neil Gaiman, que es una de las mejores aventuras de Holmes ambientada en el universo de los Mitos de Cthulhu, e igualmente es el título de una novela de Aroca, que va también un tanto de lo mismo. Ese curioso error de identidad no pudo ser más venturoso, pues gracias a él pude conocer no sólo a un magnifico narrador de historias, también a un gran amigo y maestro.
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