SEGUNDA PARTE
UN REY DE HARAPOS Y REMIENDOS I
Algernon Blackwood, William Hope Hodgson, Arthur Machen y Robert W. Chambers, son importantes nombres de la literatura injustamente olvidados en nuestros días. Lo que es en verdad una lástima, pues al margen de su creación literaria, de mucho valor por sí misma, dieron los primeros pasos para que cierto escritor de Providence sentara las bases, en ocasiones un tanto desvirtuadas por sus continuadores, del horror cósmico materialista que conocemos y apreciamos hoy en día.
El lector veterano no tendrá muchos problemas en saber qué deudas tienen los escritos y la mitología de Lovecraft para con estos autores; quienes no estén muy seguros al respecto, harían bien en descubrirlo por su cuenta, y en verdad el hacerlo es una experiencia que vale mucho la pena.
Entre siniestros sauces, dioses antiguos y su progenie, investigadores de lo ultramundano, gente pequeña y cerdos protoplasmáticos, un arquetipo de lo macabro llama especialmente mi atención: el «Rey de Amarillo»[1]. Robert William Chambers es sin duda uno de los grandes pilares del horror moderno, consiguiendo ese más que merecido honor con apenas un puñado de relatos del género que fueron publicados en 1895, en una antología titulada The King in Yellow (El Rey de Amarillo), editada por F. Tennyson Neely, en la ciudad de Nueva York.
Como imagino ocurrió con otros, mi primer acercamiento a la obra de Chambers fue a través del legendario tomo de editorial Alianza sobre los Mitos de Cthulhu (primera edición de 1969), donde Llopis ubicó el relato El signo amarillo en el apartado de precursores, justo después de Días de ocio en el país del Yann, de Dunsany y Un habitante de Carcosa, de Bierce, ambos bastante flojos en comparación al resto de obras del recopilatorio, al menos en mi opinión, especialmente el primero. Sin embargo, el segundo cobra especial importancia, puesto que Chambers retomó elementos tanto de Un habitante como de Haïta el pastor para dar forma a su «Ciclo de El Rey Amarillo», llamado así por Robert M. Price en la antología La Saga de Hastur[2], y que se compone de cinco relatos: El reparador de reputaciones, La máscara, En el pasaje del dragón, El Signo Amarillo y La demoiselle d'Ys.
El préstamo no fue más allá de nombres como Carcosa, Hali, Hastur y otros, los cuales pasaron a poblar las páginas de sus relatos, cobrando un cariz bastante más siniestro. Sobre todo en el cuarto relato del Ciclo, titulado El Signo Amarillo, al que ya me he referido con anterioridad.
Este núcleo de relatos es, por decirlo de alguna manera, variopinto, pues no están abocados por entero al horror, sino que también tienen acercamientos a la ciencia ficción, lo onírico e incluso la novela rosa, algo que Lovecraft dejaría bastante claro en su ensayo El horror sobrenatural en la literatura.
El reparador de reputaciones, un título por demás sugerente, o al menos eso siempre me ha parecido a mí, nos trae una ciudad de Nueva York de un futuro alternativo con una sociedad idílica y prospera, en la que la ciencia ficción se hace presente en un ingenio llamado la «cámara de suicidio». El artefacto no tiene mayor peso en la trama, ni siquiera se describe su funcionamiento, por otra parte obvio, pero es una curiosidad digna de mención en una historia que se centra en la locura y el lento descenso a la misma de su protagonista tras haber leído la obra teatral El Rey de Amarillo.
En la segunda historia del ciclo, Chambers cambia el registro para narrarnos una historia, en apariencia bastante más inofensiva, centrada en la relación de dos jóvenes artistas y su interés romántico. La alquimia está presente mediante un extraño preparado que convierte en mármol a los seres vivos y hay una atmosfera onírica que no tarda en volverse pesadillesca para el narrador, quien, como no podía ser de otro modo, leyó El Rey de Amarillo. Una peculiaridad del relato es que Chambers incluyó en él varios detalles de la obra teatral, cosa que no haría de nuevo. Uno de sus personajes se menciona de pasada en El reparador de reputaciones.
Como en el caso anterior, En el pasaje del dragón encontramos un elemento onírico que pone en entredicho la fiabilidad del narrador. En sus páginas se da la primera aparición del Rey de Amarillo como personaje fuera de la obra, aunque su aspecto dista del que cabría esperar dadas las historias previas. El papel del Rey es dar caza al protagonista, quien, cómo no, cometió la imprudencia de leer el libro, y debe afrontar las consecuencias de ello.
El Signo Amarillo es sin lugar a dudas el cuento más destacable del conjunto y aquel que catapultó a la fama al Rey de Amarillo y todos los elementos que lo conforman. Es el segundo caso en el que el Rey se manifiesta como una entidad, pero su presencia no obedece a la lectura de la obra de teatro, la que por supuesto ocurre en la trama, sino que se da para reclamar un objeto del protagonista, el Signo Amarillo, el cual se menciona aquí por primera vez. Durante la narración se hace una breve mención a un personaje de El reparador… y, como en el caso de En el pasaje del dragón, existe la mención a una iglesia y a la perturbadora música de órgano que suena en su interior, aunque la iglesia en cuestión no es la misma[3].
El caso de La demoiselle d'Ys es bastante peculiar. El Rey de Amarillo, tanto el libro como la entidad, se encuentran por completo ausentes, lo mismo que el Signo Amarillo, y el único elemento que encontramos de su mitología es Hastur, como el nombre de un personaje secundario por demás olvidable. En este relato, desprovisto también del elemento horror, encontramos otro ejemplo de extravagancia amanerada de finales del siglo XIX[4], que desentona bastante con el resto del conjunto. Sin embargo, tras releer el relato un par de veces, me percaté de que su planteamiento general recuerda mucho a lo acontecido en Un habitante de Carcosa, sólo que en sentido inverso. ¿Significa que con este cuento Chambers buscaba de algún modo cerrar el ciclo abierto por Bierce, de quien no lo olvidemos, tomó varios elementos para su propia obra? Esto es pura especulación de mi parte, pero si tengo que emitir una respuesta al respecto, esta sería afirmativa.
Tras estos cinco relatos, cuatro en realidad si nos desprendemos de La demoiselle d'Ys, nos quedamos tan sólo con un puñado de datos respecto al Rey de Amarillo como concepto literario[5]. Suficiente como para que Chambers sea hoy en día recordado como uno de los cimientos del horror cósmico, suficiente como para que su creación sea capaz de capturar nuestra imaginación más de un siglo después de su concepción.
Sin embargo, los harapos del Rey de Amarillo todavía tendrían espacio para ser remendados.
Años después de que Chambers tomara prestados conceptos de las páginas de Ambrose Bierce, H. P. Lovecraft haría lo propio, retomando elementos de Chambers para plasmarlos en su cuento El que susurra en las tinieblas, escrito en 1930, donde menciona, aunque muy de pasada, cosas como Hastur, Hali y el Signo Amarillo. No mucho después, August Derleth, discípulo de Lovecraft y, tras la muerte de este, incansable promotor de su obra, convertiría al Hastur de Bierce, originalmente un anodino dios de los pastores, en uno de los Primigenios, rebautizado como Hastur el Innombrable, o en una traducción más moderna, el que no debe ser nombrado[6], cuyo avatar[7] más reconocido no sería ningún otro que el Rey de Amarillo, quedando así cerrado el ciclo.
Pero ¿quién estableció que Hastur y el Rey de Amarillo son una misma entidad? Pues al parecer fue el mismo Lovecraft, en su ya citado relato El que susurra en las tinieblas, en el que escribió:
Existe una secta secreta de hombres perversos (alguien con una erudición mística como la suya me entenderá si digo que están relacionados con Hastur y el Signo Amarillo).[8]
Sin embargo, la cuestión no es tan sencilla. Páginas antes Lovecraft ya había hablado de Hastur, mencionándolo justo después de nombres como Nyarlathotep y Azathoth. ¿significa esto que concebía a Hastur como uno de los Primigenios o era fiel a Chambers y lo tomaba como un lugar? Resulta complicado discernirlo a ciencia cierta con los datos con que disponemos. En cualquier caso, ocho años después de la publicación de El que susurra en las tinieblas, Derleth cerró el debate con su historia El regreso de Hastur, donde ya sin ninguna duda se presenta como una entidad de naturaleza maligna, ligada a los ciclos de Aldebarán y las Híades, siendo un prisionero o habitante del lago Hali.
Derleth no menciona en ningún momento al Rey, pero no era necesario, la relación ya estaba hecha aunque fuera de manera implícita. Sería hasta 1965, de la mano de Lin Carter, cuando se escribiría la primera obra con la relación ya bien establecida, un experimento literario titulado Letanía a Hastur, que en la actualidad forma parte de la obra Harapos del Rey, con la cual cierra la antología La Saga de Hastur[9], que entre otras curiosidades, incluye una reproducción del primer acto del Rey de Amarillo, parafraseando la realizada por James Blish, de quien hablaremos en su momento.
[1] Llamado también Rey Amarillo o Rey en Amarillo indistintamente.
[2] Publicada en español por la hoy extinta editorial La Factoría de Ideas a principios del nuevo milenio.
[3] La iglesia de en El pasaje del dragón se ubica en Paris, mientras que la que se encuentra al lado del taller del protagonista de El Signo Amarillo está en la ciudad de Nueva York.
[4] Lovecraft dixit.
[5] En su obra, Chambers nos dice que El Rey de Amarillo, como libro dentro de un libro, es una obra de teatro compuesta por dos actos, el primero bastante inofensivo, pero el segundo, el segundo sería terrible más allá de cualquier descripción, capaz de llevar la locura a quien se atreva a leerlo, razón por la cual fue prohibida y perseguida tras su publicación, lo que no evitó que se propagara como una enfermedad en los círculos artísticos e intelectuales tanto de América como Europa. Lo único que Chambers escribió de la obra de teatro, en un movimiento bastante astuto de su parte, fue la Canción de Cassilda, correspondiente al Primer Acto, Escena Dos, y con la que abre su antología de relatos. También incluyó en La máscara, un breve intercambio a manera de epígrafe, en el que Cassilda y Camilla descubren, con auténtico horror, que el personaje de el Extraño no porta máscara alguna, hecho que también pertenece al primer acto. Por último, en ese mismo relato, se incluye una línea de Cassilda: ¡No sobre nosotros, oh Rey, no sobre nosotros!, que resulta tan enigmática como perturbadora. Al margen de lo anterior, en algunos relatos los personajes mencionan, no de forma literal, conceptos extraídos de la obra, como el color y estado de los ropajes del Rey, la estrella Aldebarán, el lago Hali y las torres de Carcosa, que al mismo tiempo están sobre el lago y detrás de la luna. El resto del contenido de la obra es dejado a la imaginación del lector, incluyendo el infame Segundo Acto.
Como personaje fuera del libro, el Rey de Amarillo es todavía más enigmático si cabe, pues lo que su autor dice sobre él es tan poco claro como breve, y siempre persiste la duda de si es una entidad que se manifiesta ante los protagonistas o sólo es un producto ilusorio de la demencia de estos. Si aceptamos la premisa de que se trata de una entidad real fuera de la obra de teatro, su comportamiento es extraño y poco consistente. Presentándose para castigar de manera terrible a quienes tengan en su posesión el Signo Amarillo, aunque también puede hacerlo a quienes únicamente han leído el libro, como en el caso del protagonista de En el pasaje del dragón, lo que resulta extraño, pues no todos los que leen la obra son acosados por el Rey e incluso algunos, como sucede con el protagonista de La máscara, son capaces de sobreponerse a la locura de la que se contagiaron en sus páginas. Decir que Chambers fue ambiguo sobre el particular, es quedarse bastante corto.
[6] Sutil pero significativa diferencia que se abordará más adelante.
[7] Otros avatares reconocidos serían el «Banqueteador de muy lejos», una implacable monstruosidad devoradora de cerebros humanos, y un gigantesco reptil tentaculado que se encuentra prisionero en el lago Hali, creados respectivamente por James Blish y August Derleth.
[8] Lovecraft, H. P. y Leslie s. Klinger. Lovecraft Anotado. Akal. España, 2017.
[9] Sucede algo curioso con esta obra que me siento en la obligación de mencionar. Tal como su título indica, se trata de una antología construida alrededor de Hastur y, por asociación, el Rey de Amarillo. La recopilación arranca con los antecedentes, es decir los relatos Haïta el pastor y Un habitante de Carcosa, ambos de Bierce. Estos son precedidos por El reparador de reputaciones y El Signo Amarillo como ejemplares del Ciclo del Rey de Amarillo de Chambers. Posteriormente a esto se da un salto en el tiempo con las historias El río de la ensoñación nocturna, de Karl Edward Wagner y Más Luz, de James Blish, que son relatos relativamente modernos del Rey de Amarillo. Hasta aquí todo bien. No obstante, después de esto Robert M. Price, el antologador, decidió poner La novela del Sello Negro, de Arthur Machen. ¿Quiere decir esto que Machen escribió sobre el Rey de Amarillo o alguno de los elementos de su mitología. No, en lo absoluto. El motivo porque el Price tomó esa decisión es porque el octavo relato de la recopilación es El que susurra en la obscuridad, de Lovecraft, que según Price retoma cosas de aquella obra de Machen, con lo que me encuentro medianamente de acuerdo, pero que en modo alguno justifica su presencia. Entiendo que El que susurra en la obscuridad se merece un lugar en la antología por ser el primer relato donde se menciona el Signo Amarillo y Hastur después de la obra de Chambers, aun así la inclusión de Machen me parece forzadísima. Peor todavía, a Lovecraft le siguen: Documentos en el caso de Elizabeth Akeley, de Richard A, Lupoff, La mina de Yuggoth, de Ramsey Campbell y Descenso sobre Yuggoth, de James Wade, en los cuales ni Hastur ni el Rey de Amarillo pintan nada, pero que están allí porque son continuación del relato de Lovecraft, centrando sus tramas en los Mi-Gos y Yuggoth. ¿Que esta obra no iba de Hastur o es que me he perdido de algo en el trayecto? ¿En qué momento se convirtió esto en el «Ciclo de Yuggoth»? Si la inclusión del antecedente de Lovecraft ya era algo exagerado, hacer lo mismo con sus continuaciones fue un sinsentido que no aporta nada a la temática de la recopilación. Medio libro tiene que transcurrir hasta que se retome el rumbo con El retorno de Hastur, de Derleth, El banqueteador de muy lejos, de Brennan y Harapos del Rey, de Carter. Los relatos, en especial los de Machen y Lovecraft son magníficos como para que se les utilice de mero relleno, lo que, al menos en mi caso, no deja muy bien parado a Price. Aunque le reconozco el esfuerzo de dar forma a esta antología, única en su tipo durante mucho tiempo, hasta la llegada de Una temporada en Carcosa, coordinada por Joseph S. Pulver, a la que llegaremos en su momento.
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