CUARTA PARTE
EL COLOR DE LA LOCURA
¿Por qué el Rey es amarillo? A menos que estemos en posesión de las sales esenciales de Chambers y así poder interrogarlo de forma directa, difícilmente tendremos una respuesta segura al respecto.
Quizá Chambers tenía una aversión a ese color derivada de un trauma sufrido en la infancia. O quizá en una ocasión tuvo una pesadilla protagonizada por una figura cubierta por harapos color azafrán. O quizá tuvo un desagradable encuentro con un vagabundo que padecía de ictericia en un callejón de Nueva York o París. O quizá, sólo quizá, le gustó el concepto y decidió plasmarlo en papel. En beneficio del propósito de estas líneas, descartemos por el momento todas esas posibilidades y veamos si podemos descubrir el origen del color de la locura, intentando no contagiarnos de ella en el proceso.
Si pienso en amarillo, lo primero que me viene a la mente, y supongo que a la de muchos más, es el sol, una figura positiva que aparta las tinieblas, brinda calor, luz y permite la existencia de la vida en el planeta gracias a nuestra estratégica posición en el cosmos. Sin embargo, para quienes padecemos migraña, y por ende fotosensibilidad, el sol no resulta ya tan benigno. No estoy afirmando con esto que Chambers padeciera esto y de allí la elección del color, únicamente intento establecer que un concepto, en esta ocasión un sol amarillo, puede ser percibido de forma diametralmente opuesta por dos observadores diferentes. De este modo, un color que se asume como algo cálido y alegre, también puede ser ligado a lo desagradable y penoso.
Si recurrimos a la simbología, descubriremos que el amarillo está ligado a la divinidad, pensemos en las aureolas que coronan las cabezas de santos y vírgenes o en los atuendos de los monjes budistas, así como a la monarquía y la nobleza, gracias al oro que es el material con que el que se hicieron coronas, orbes y cetros, simbolizando el poder terrenal.
Pero también parece ligado a la muerte, como ocurre en el cuadro El triunfo de la muerte, de Pieter Bruegel el Viejo, en el que este color predomina, ya sea en los esqueletos que deambulan por ahí, la piel de los fallecidos o el campo que se percibe al fondo de la escena. Lo mismo ocurre en Jardín de La Muerte, de Hugo Simberg, donde el amarillo predomina la composición. Otro tanto diríamos de Lamento por Icarus, de Herbert Draper, en el que el amarillo aparece en la parte superior tiñendo un cielo intensamente encendido. En literatura nos encontramos con el relato Los Seis Velos, de Pedro Antonio de Alarcón, en el que podemos leer lo siguiente:
Hay algo más horrible que lo negro, y es lo amarillo.
Negro es el caos; negro es el no ser; pero la muerte del ser, la muerte de lo que ha vivido es amarilla como las mieses agostadas.
Un ejemplo mucho más mundano lo encontramos cada otoño, cuando las hojas de los árboles, con algunas excepciones, transmutan su coloración verdosa para revestirse de amarillo, indicando el final de su ciclo, o en los pacientes que padecen algún tipo de ictericia.
Desde la Edad Media hasta la época moderna[1], en ciertas partes del mundo se obligó a los judíos a portar insignias amarillas para diferenciarlos del resto de la población. El origen de esta práctica parece partir de una creencia de la teología eclesiástica medieval, de que el amarillo fue el color de la túnica de Judas Iscariote, y por lo tanto el color de la traición y el asesinato. Supuestamente, en ese mismo periodo, durante las epidemias de Peste Negra, se marcaba con amarillo las casas de los enfermos, indicando así el inminente peligro de contagio y posterior muerte[2].
También es bien conocida la leyenda de que el dramaturgo Moliere murió en un teatro tras presentar su obra El enfermo imaginario, vistiendo un traje amarillo[3]. Con lo que a partir de ese momento el amarillo se consideraría de mala suerte para todo lo relacionado con el teatro, tal como comprobó tiempo después Óscar Wilde, quien al parecer tuvo serías complicaciones para llevar a escena su obra Salome. ¿La razón? Wilde tenía en mente realizarla con escenarios color amarillo.
Una capa más moderna de significado negativo la tenemos en el llamado periodismo amarillo o amarillista, surgido durante el mismo periodo de la publicación de El Rey de Amarillo. Ya desde el momento en que fue nombrado de esa manera, este tipo de periodismo de carácter sensacionalista era considerado canalla, pues falseaba los hechos o los exageraba con tal de generar morbo y aumentar así las ventas de los diarios que las publicaban, aun a costa del dolor y sufrimiento ajenos.
No podemos obviar de la misma época el concepto de peligro amarillo, un temor desproporcionado e irracional hacia los pueblos de oriente, que parecían estar a nada de tomar por asalto el mundo occidental. El origen de esta creencia, tan racista como catastrofista, es difícil de discernir, pero podría deberse en parte al violento conflicto conocido como la «Rebelión de los Boxers», ocurrido en China a finales del siglo XIX, así como al impacto cultural del legendario Atila y su salvaje ejército de hunos. Chambers no era ajeno a esto, como lo demostró en su relato El hacedor de lunas, donde un hechicero chino y su sindicato del crimen amenazaban la economía norteamericana con la fabricación de oro artificial[4].
Sin embargo, antes que a la muerte, en la obra de Chambers el amarillo invita a la demencia y la desesperación más amarga y absoluta. Ya sea a través de la lectura de la obra de teatro, la posesión del Signo o la manifestación en persona del Rey. ¿Qué atributos descubrió el escritor en ese color como para insinuarlo capaz de semejantes prodigios obscuros?
De acuerdo con algunas fuentes, cuando la Edad Media llegaba a su fin, es decir durante el último cuarto del siglo XV, el amarillo fue asociado con el desorden, lo absurdo y el caos, de ahí que en algunas partes de Europa se vistiera a bufones y locos con ese color[5], resaltando de esa manera su condición de fuera del orden, fuera de la lucidez. Más aún, un estudio[6] realizado en 1931 dentro de los muros del New York State Psychiatric Institute and Hospital, reveló que los pacientes que sufrían de trastornos maniacodepresivos sentían una marcada predilección hacia el color amarillo. Definitivamente hay algo ahí.
A pesar de todos esos funestos antecedentes, el color amarillo está muy presente en nuestros días, tan sólo hay que mirar a los personajes de la serie de animación televisiva más longeva de todos los tiempos, o el color de los emoticones que empleamos todos los días para comunicarnos. Por lo que me veo en la obligación de preguntar una vez más. ¿Qué atributos descubrió Robert W. Chambers en ese color como para insinuarlo capaz de semejantes prodigios obscuros? Tal vez, como sucede con el misterioso contenido del Segundo Acto de El Rey de Amarillo, lo mejor sea que nunca lo averigüemos, permaneciendo, tal como Lovecraft sugirió, en una apacible isla de ignorancia. O podemos echar a volar la imaginación hasta que el Rey de Amarillo abra ante nosotros sus amortajados harapos, momento en el que el tinte de su vestimenta será el menor de nuestros problemas.
[1] La primera vez que algo así ocurrió fue alrededor del 700 d. C. y la última fue durante los primeros años de la Segunda Guerra Mundial, con bastantes incidencias durante ese largo periodo.
[2] Tresidder, Jack. Diccionario de los Símbolos. Grupo Editorial Tomo. México, 2003 (libro que curiosamente tiene una cubierta amarilla).
[3] La historia parece ser falsa, pero el impacto que tuvo sí fue bastante real.
[4] ¿A Alguien le suena el diabólico doctor Fu Manchú, creado por Sax Rohmer en 1913?
[5] Le début du port de l'étoile jaune", Mémoire juive et éducation, 22 de enero de 2012
Comments