En 1969, hace exactamente 50 años, la editorial Alianza publicó un volumen titulado Los Mitos de Cthulhu, una monumental antología que recopilaba en sus páginas una cuidada selección de autores weird, a los que la posteridad a enmarcado dentro de lo que hoy se conoce como Los Mitos de Cthulhu, una variedad de horror cósmico materialista que surge y orbita alrededor de personajes y escenarios creados por el autor Howard Phillips Lovecraft, bautizada de esa manera por el discípulo de éste, el también escritor Agust Derleth[1].
La creación de este hoy ya legendario compilatorio, apreciado por muchos debido a su ambiciosa propuesta, corrió a cargo de Rafael Llopis, psiquiatra de profesión y amante de la literatura macabra, quien junto al traductor Francisco Torres Oliver, se considera uno de los principales impulsores del horror literario, y cuyos esfuerzos combinados permitieron que Cthulhu y compañía entraran por la puerta grande en la lengua de Cervantes.
La obra se compone de un estudio introductorio firmado por el mismo Llopis, seguido por tres apartados: LOS PRECURSORES, LOS MITOS y MITOS PÓSTUMOS, cerrando con una extensa bibliografía que durante años fue invaluable para curiosos y estudiosos en la materia, aunque en la actualidad ya ha quedado un poco obsoleta, pues varios de los textos anotados ya han sido traducidos a nuestro idioma y cuentan con sus ediciones correspondientes, aun con ello, se le reconoce su carácter pionero al proporcionar al lector toda la información bibliográfica disponible en su momento.
Mi historia con este libro parte, como no podía ser de otra manera, con Lovecraft. Aunque ya tenía algunas nociones de su obra, lo desconocía todo acerca de su círculo y las aportaciones que sus miembros realizaron, incluso puede que ignorara por completo su existencia. El recuerdo no lo tengo muy claro. Así que cuando descubrí en una librería ubicada en el corazón mismo de la Ciudad México, un libro con el nombre Cthulhu en su lomo, una palabra difícil de pasar por alto, especialmente cuando se ha entrenado el ojo para detectar curiosidades literarias, no me lo pensé dos veces y me vine a casa con él.
Tras la lectura del estudio introductorio, que en su momento no juzgué en su justa medida, descubrí a Robert W. Chambers, Algernon Blackwood y Arthur Machen[2], autores hasta entonces desconocidos que en cierta forma me resultaban familiares, pues su manejo del horror y lo extraño se me presentaba como un eco, no muy lejano, del que había encontrado en Lovecraft.
Los contemporáneos de H. P. L. fueron también un muy grato descubrimiento, especialmente Frank Belknap Long, quien con su insuperable relato Los perros de Tíndalos, pareció comprender mejor que otros lo que Lovecraft buscaba transmitir[3]. No puedo dejar de mencionar tampoco a Robert E. Howard y a Robert Bloch, quien mantuvo un breve pero fascinante juego de referencias con Lovecraft, el cual nos legó un caso muy poco común de continuidad directa dentro de los Mitos, así como tres excelentes relatos.
Siempre he pensado que los relatos que componen los MITOS PÓSTUMOS, como los designa Llopis, y no hablo sólo de los que se recogen en el libro que nos atañe, se alejan tanto de lo lovecraftiano como de sus predecesores, para establecer una versión de los Mitos que no llamaría inferior, pero sí chocante de cierta manera, puesto que las entidades que para Lovecraft eran inenarrables, incognoscibles y a jenas a todo lo humano, de repente se presentan con un carácter prácticamente demoniaco, ligadas a un elemento de la naturaleza terrestre, como el agua o el fuego, e incluso familia. Como si de repente hubieran pasado de ser manifestaciones del caos cósmico a una versión bizarra del panteón griego.
Si este cambio fue para bien o para mal no es potestad de estas líneas juzgarlo, aunque sin duda lo haré en algún momento, pero el cambio resulta evidente y, cuando menos, desubica y coloca a Agust Derleth, quien al mismo tiempo fue el principal artífice de esta visión y el preservador de la obra de Lovecraft, justo en el centro del debate.
La única queja real que tengo con el libro es que Llopis no incluyera dentro del apartado de precursores Los sauces, de Blackwood. Comprendo que se trata de una obra con una extensión considerable y que tal vez esta fuera la razón por la que no fue considerada. Sin embargo, estamos hablando de una obra que el mismo Lovecraft catalogó en su ensayo El horror sobrenatural en la literatura, como la mejor historia de horror cósmico jamás escrita, y su ausencia se resiente en una recopilación por otra parte impecable, la cual se merece todo el amor que se ha granjeado a lo largo de su ya medio siglo de existencia y que sin lugar a duda recomiendo, no sólo para quienes son afines a la obra de Lovecraft y el horror, sino a cualquiera que guste de la lectura en general.
[1] Otros nombres que este subgénero pudo tener fueron: los Mitos de Hastur, Yog-sothoteria y el Ciclo de Arkham, estos dos últimos, al parecer, utilizados por Lovecraft en su correspondencia.
[2] No olvido que dentro del apartado de PRECURSORES se encuentra también Dunsany, a quien no menciono pues, aunque soy consciente de la influencia que tuvo en Lovecraft y sus Mitos, no resulta de mi particular interés y palidece enormemente en comparación con el resto de autores. Sobre Bierce me abstengo de decir nada por el momento, ya que pronto hablaré sobre él.
[3] Aunque eso no lo eximiría de caer en la dicotomía bien contra mal en el tramo final de su relato Los devoradores del espacio, bastante disfrutable a pesar de ello.
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