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Foto del escritorAlejandro Morales Mariaca

Prohibido leer. mi problema con la publicidad en línea

Actualizado: 12 ene 2021



De un tiempo para acá me he dado cuenta de la existencia de un fenómeno molesto, incómodo y abrumador, que lejos de remitir parece incrementarse más y más conforme pasa el tiempo. Y esto es la diarrea de anuncios, ventanas emergentes, clickbaits y demás contaminación visual que satura muchas páginas web.


Cuando uso mi teléfono celular para navegar por Internet, además de revisar el correo, es para ponerme al día respecto a las últimas novedades mediante la lectura de noticias y artículos en diversos sitios, lo que se ha vuelto una experiencia bastante desagradable por todos los obstáculos y condicionantes que estos mismos sitios plantean al visitante.



La primera frontera que el lector digital debe sortear es el consabido aviso que las páginas web le estampan a uno en la cara con el asunto de las cookies, que sí o sí se deben aceptar si es que se desea acceder al contenido. Es molesto pero bueno, tiene un pase. El problema viene a continuación, cuando la pantalla comienza a llenarse de anuncios y demás basura que no en pocas ocasiones bloquea o se sobrepone al contenido que se desea leer, haciendo de la experiencia algo engorroso y desagradable.


Uno intenta ser razonable y sabe que detrás del contenido que se busca leer hay una persona que lo creo, y que tiene todo el derecho de recibir una remuneración por el mismo si así lo considera oportuno. Sin embargo, la manera en que la publicidad y demás tretas mercadológicas se han apoderado de nuestras pantallas es sumamente desproporcionado, invasivo y malintencionado.



Es verdad que este uso y abuso de la publicidad no es de facto una prohibición al acto de leer, pero se le acerca bastante, ya que el lector, al menos el que suscribe estas líneas, se siente castigado, cuando menos condicionado, y con muy pocas ganas de querer repetir la experiencia.




Se podría argumentar: «bueno, si no te gustan los anuncios pues ciérralos, sino puedes hacerlo, ignóralos, si tampoco puedes, pues ya no visites esos sitios». Y sí, es una alternativa, a la que pudo contraargumentar: ¿y alguien gana con eso? ¿No es más provechoso, tanto para el creador como para el lector, que haya más mesura en la cantidad, intromisión e insistencia de la publicidad? Eso claro, suponiendo que no nos encontremos ya en el distópico futuro planteado por la película Demolition Man, donde la publicidad se ha convertido en un contenido popular, en cuyo caso no estaría de más tener ubicada la alcantarilla más cercana.

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[ALEJANDRO MORALES MARIACA]

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